Hace ya algún tiempo sentí la necesidad de realizar cambios en mi vida. En apariencia todo estaba bien, si rascaba algo más todo se tambaleaba. Vivía con demasiadas expectativas, muy pendiente de todo lo externo y con duros juicios internos. Tenía miedos, falta de confianza y una falsa seguridad basada en el control, la exigencia y la dependencia afectiva. Me sentía sin rumbo, sin foco. 

Deseaba cambios y, aunque los realizaba, los hacía de forma poco efectiva. Me seguía faltando el objetivo, mi compromiso real y un plan específico enfocado en lo que quería conseguir y no en lo que quería evitar. 

Superé situaciones complicadas y fue entonces cuando decidí elegirme  y dejar de aplazarme. Entendí y acepté que las soluciones no están fuera, tampoco los problemas; nuestra realidad es un reflejo y consecuencia de lo que sucede dentro de nosotros. 

En un apasionante proceso de crecimiento y liberación personal, conecté con lo que soy, con mis necesidades, con mis recursos, con mi valor.  Identifiqué y gestioné con éxito resistencias y limitaciones propias, me adueñé de mi tiempo, calmé el ruido mental y me bajé de la noria emocional donde estaba subida.

Encontré mis propias respuestas y descubrí mi foco. Salí del estancamiento amando mi proceso y pasé a la acción siguiendo mi propio plan. Vivo consciente de que cada día avanzo en la dirección que quiero.